Por: Armando Navarro
Doloroso y complicado es escribir sobre la desaparición forzada en nuestro país, que emerge como fantasma robando vidas humildes que solo aspiraban vivir con dignidad en sus terruños. Como un manto de incertidumbre y dolor se convirtió en una nube oscura de crímenes de lesa humanidad en la historia colombiana. Cada caso se ha convertido en una tragedia sin fin, no solo para la víctima directa, sino para sus familias. En esta ocasión evocaremos una de tantas historias que siguen en el olvido y en la impunidad. Revivir el rostro de Julio Serrano, con sus luchas agrarias, políticas, sociales, y su liderazgo en la Unión Patriótica, es un reto ético y social. Su gesta humana, comunitaria y partidaria no puede quedar en el olvido.
Su desaparición le cercenó el derecho a la protección de la ley y lo excluyó del disfrute de todos sus derechos constitucionales. Se le negó la oportunidad de ser reconocido como ser humano, con derecho a una identidad personal y social, enriquecida con sus creencias; culturales, trayectoria política, familiar y origen campesino. Por él y por todos los desaparecidos de este país, exigimos justicia, reparación y garantía de no repetición.
Es importante destacar que, a raíz de las secuelas provocadas por las guerras y los graves crímenes que amenazan la paz, la seguridad y el buen vivir de la humanidad, se han implementado medidas de cooperación internacional. Estas tienen como objetivo no solo evitar que dichos crímenes queden impunes, sino también prevenirlos y proteger la vida. En este contexto, cabe mencionar el Estatuto de Roma de la Corte Penal Internacional de 1998, que considera la desaparición forzada como un crimen de lesa humanidad. Colombia, lamentablemente, no ha escapado a este flagelo. De acuerdo con la Comisión de la Verdad, entre 1985 y 2016, alrededor de 121.768 personas fueron desaparecidas forzosamente en Colombia”. Comisión de la Verdad (CEV), Jurisdicción Especial para la Paz (JEP) & Human Rights Data Analysis Group (HRDAG). (s.f.). Informe sobre desaparición forzada en Colombia (1985-2016).
Esta perversa y antigua forma de ejercer violencia contra las personas, ha transformado la vida de generaciones de familias trabajadoras, que continúan con heridas abiertas de incertidumbre y dolor. Madres, hermanos, padres y parejas siguen enfrentando no solo la soledad y el vacío emocional, sino también el silencio Estatal. En la mayoría de los casos, las instituciones no han brindado las garantías de justicia, verdad y reparación que tanto anhelan sus seres queridos: “El fenómeno de las desapariciones forzadas […] es la peor de todas las violaciones a los derechos humanos. Es, ciertamente, un desafío al concepto mismo de estos derechos, la negación del derecho para el ser humano a tener una existencia, una identidad.” (Niall Mac Dermot – Secretario General de la Comisión Internacional de Juristas, citado por CNMH, 2013, pg. 19).
Para recuperar la memoria de Julio Serrano Patiño, apuleño de mirada firme y convicciones inquebrantables, fue necesario realizar encuentros virtuales y presenciales con familiares y amigos. A través de conversaciones emotivas, compartieron anécdotas y recuerdos en un esfuerzo desesperado por mantener viva el recuerdo de Julio. Entre balbuceos, carcajadas, lágrimas contenidas y miradas perdidas, los relatos se transformaron en catarsis, resistencia, re-existencia y un retorno contra el olvido.
Su hermana Noris, la mayor de cinco hermanos, evocaba entrañablemente la niñez de Julio, se sentía sorprendida y agradecida al escuchar sobre las virtudes de su hermano como padre y líder, cualidades que ella desconocía. Con voz triste, pero orgullosa de su hermano, manifestaba: “Nosotros vivimos con Julio en el campo, dentro de una familia humilde. Fuimos criados por nuestros padres, Matilde Patiño y Jorge Serrano, campesinos trabajadores”.

Noris Serrano, con una exclamación convincente, acentuaba:
Julio y nosotras no éramos ajenas a las luchas diarias de los campesinos por un pedazo de tierra y por la paz. Nuestro abuelo Miguel Antonio nos reunía en la sala y nos entregaba volanticos con información política. Éramos cuatro o cinco niños atentos para escuchar los incidentes de injusticia y explotación que tanto le indignaban. Creo que fue desde ahí que mi hermano comenzó a forjar una conciencia firme para cambiar esa realidad. (CNMH, DCMH, Noris Serrano, Bogotá, octubre 20, 2024).
Julio era alto, de contextura atlética y tez morena.” Noris continuaba diciendo: “más bien era callado y de pocas palabras, pero cuando intervenía lo hacía con seguridad y vehemencia”. Entre suspiro y voz entre cortada exclamaba: “El haberse ido tan pronto fue algo que nos golpeó muchísimo, todavía me afecta demasiado cuando lo recuerdo”. Finaliza diciendo entre sollozos: “Esa tristeza, esa incertidumbre, yo creo, se va uno de este mundo con eso en el alma, porque no acaba nunca”.
Se enmudeció por unos segundos la sala acogedora de la casa de la señora Silvia Patiño donde estábamos reunidos. Parecía haberse detenido el tiempo con la intención de preservar la memoria de los desaparecidos en nuestro país, pero el aroma a chocolate nos regresó al presente. Con la voz temblorosa, Bladimir, hijo mayor de Julio, dijo: “Tía Silvia, también quiero exaltar las cualidades y valores irrompibles de mi padre: era confidente, cariñoso, honrado, solidario y trabajador que me guiaba en cada paso”. Bladimir, cabizbajo recordaba, la calidez de sus abrazos y de sus aventuras como magnífico pescador y cazador, que siempre compartía hasta el último centésimo de presa con sus vecinos.
Traigo a la memoria a mi padre, con su cuchillo terciado y su fiel sombrero aguadeño, que lo acompañaba en sus faenas de campo. Este sombrero de ala ancha, tejido a mano, no solo se convirtió en su símbolo de identidad y protección, sino que también escondía una larga y rebelde melena que mi padre no había dejado tocar con tijeras en meses, tal vez años.
Esa melena, oculta a los ojos del vecindario, era un acto de rebeldía: no se dejaba peluquear por cualquier persona, sino exclusivamente por su hermana Silvia. Sin embargo, tuvo que cambiar esa actitud y estilo cuando comenzó a desempeñar cargos públicos. Es uno de los tantos secretos que le prohibieron acariciar en su vida. Lamentablemente, un fatídico 16 de abril de 1993, como un vendaval implacable, “la violencia se llevó a nuestro ser amado, dejándonos un inmenso silencio ensordecedor que aún retumba en nuestros corazones.” (CNMH, DCMH, Bladimir Serrano, Bogotá, octubre 20, 2024).
Con los dedos entrelazados y la mirada fija en el suelo, Bladimir continuaba: “La desaparición de mi papá dejó secuelas profundas en mi familia que nadie puede imaginar; nos dispersó para siempre del lecho de mi madre y del calor de mis hermanas”. Con dolor y rabia, Bladimir concluía: “Esa eliminación forzada y violenta de mi padre se ha traducido en un eco constante de miedo y angustia que nunca cesa”.
4.1 Infancia intrépida
Mientras Julio, con tan solo 13 años, se refugiaba en las noches con los libros y las tareas de la primaria, su hermana Silvia cuenta que: “durante el día, ayudaba a mi esposo, Salomón Clavijo Malagón, recogiendo y repartiendo gaseosas en los carros que él tenía a su cargo.” Así relataba Silvia la doble jornada de Julio. Pero eso no era todo, exclamó Bladimir entre sonrisa cómplice: “A él le encantaba escaparse al oscuro y acogedor refugio del Cine Rotativo. Era un ritual que había adoptado con devoción, pues podía ver la misma película de terror tres o cuatro veces. También le fascinaba el boxeo. Tenía aproximadamente entre 15 y 16 años, ¿cierto, tía Noris?” Se dirigió a ella, esperando su afirmación. “Siii mijo, así es,” respondió sutilmente.
Uno de los golpes más inesperados fue cuando reclutaron a Julio para el servicio militar. El impacto lo sentimos todas, pero especialmente mi madre, quien, con los ojos empañados de lágrimas y angustia, fue a visitarlo para conocer su situación. Noris recordaba ese momento de angustia, que luego fue superado al ver a Julio bien uniformado y con disciplina castrense. A él le fue bien; su contextura física le ayudó a brillar con su propia fuerza. Prestó servicio en el Cantón Norte, en la escuela de artillería y, posteriormente, en la Guardia Presidencial, donde se destacó en unas olimpiadas de atletismo, ganándose un diploma de honor.
Julio emprendió su viaje hacia Bogotá, dejando atrás el cálido abrazo de Apulo, Cundinamarca, su tierra natal, que lo vio nacer y crecer entre montañas y ríos. Soñaba con un futuro diferente y vio en la capital la esperanza de un mejor porvenir. Ismael Serrano, conmovido al escuchar a tantas personas recordar a su hermano como un destacado líder de la Unión Patriótica, evocó la memoria de los estudios nocturnos de primaria y metalurgia que Julio realizó en el Sena. Desempeñó el oficio de soldador en una empresa italiana, pero fue despedido por atreverse a cuestionar y defender fervientemente los derechos laborales a través de un sindicato que él mismo organizó. Este despido no solo marcó el final de su vida laboral en la ciudad, sino también el inicio de una brillante carrera política, convirtiéndolo en uno de los líderes campesinos más destacado de la región del Ariari en el Meta, por ser el primer alcalde electo por voto popular, en el municipio de Mesetas, a través del movimiento la Unión Patriótica (UP).
4.2 Se fue de vacaciones y echó raíces
El desplazamiento de algunos familiares de Julio al municipio de Mesetas marcó el inicio de un nuevo capítulo en su vida. Su abuelo materno había emprendido, años atrás, un quijotesco camino hacia los inhóspitos y embrujadores llanos del Meta, en Mesetas, convirtiéndose en uno de los primeros colonos de esas tierras. Salomón Clavijo Malagón y Miguel Patiño, conocedores de las aventuras de Miguel Antonio Patiño Guzmán, comenzaron a explorar esos terrenos, aspirando a que sus sueños echarán raíces en las majestuosas y fértiles selvas de San Isidro. En este proyecto, incluyeron a Julio como socio: Salomón aportaría el capital, mientras que el tío Miguel Patiño y Julio trabajarían la tierra.
La propuesta no la tomó simplemente como una salida vacacional, sino como una gran oportunidad de respirar y sentir de nuevo el campo que lo vio nacer en Apulo, Cundinamarca, un rincón de Colombia parecido a un lienzo pintado con matices naturales. Más bien, la vio como un medio de escape ante la dolorosa pérdida de su novia, quien había fallecido repentinamente de un infarto. Estas circunstancias, junto con el desempleo, lo motivaron a viajar a esas tierras lejanas, pues, a sus escasos 22 años, no había nada que lo detuviera en su búsqueda de cumplir sus propósitos individuales y colectivos.
4.3 Un colono transformador
Con una mochila cargada de sueños al hombro, Julio emprendió la travesía en busca de los secretos de la llanura infinita. En primera instancia, llegó a la vereda San Isidro, cerca de Uribe, ubicada al occidente del piedemonte del departamento del Meta, a un paso de Canelos y la hacienda Navarro. Pasaron los días y los meses, dejando atrás los ruidos de la ciudad de Bogotá, que fueron reemplazados por el sonido de peinillas, caballos, azadones, los cantos de aves exóticas y los murmullos de los ríos cristalinos Güejar, Lucía, Caño Pailas y Duda.
En cada trocha de herradura por la que Julio pasaba montado en su imponente macho negro, a quien cariñosamente llamaba Abejorro, y acompañado de su entrañable perro Muñeco, fiel compañero de color café oscuro y mirada astuta, descubría la riqueza natural no solo de su gente, sino de la región, repleta de múltiples historias que contar a las nuevas generaciones. Entre ellas, las narradas por el sociólogo Alfredo Molano en su libro Selva Adentro, donde describe que Mesetas fue colonizado no solo por los sobrevivientes de la violencia bipartidista desatada por el asesinato de Jorge Eliecer Gaitán en 1948, sino también por la persecución anticomunista entre 1955 y 1962. Estas tierras fueron elegidas en busca de proteger a sus familias de los ataques del Ejército y de los chulavitas, una región que, antes de su fundación, era un remanso de paz y armonía con la naturaleza.
Una de las cualidades más fascinantes de la vida de Julio, que me ha maravillado y enriquecido en este proceso de entrevistas y escritura, fue su capacidad de liderazgo natural, sencillo y transparente, que lo llevó rápidamente a ocupar importantes cargos en la región. Sus acciones solidarias y su trabajo comunitario, que realizaba diariamente sin descanso generaron credibilidad y confianza entre sus vecinos. Ser nombrado presidente de la Junta de Acción Comunal de la vereda San Isidro lo comprometió e impulsó a abrir nuevas etapas en su vida pública, logrando importantes cargos como concejal electo por la UP en 1986 y candidato a la Asamblea Departamental para el período 1986-1988. Además, fue alcalde electo de Mesetas de 1988 a 1990 y tesorero del mismo municipio durante la alcaldía de José Julián Vélez, quien fue elegido por voto popular en 1993, padre de Carlos Julián Vélez, asesinado con un hermano, su esposa y su pequeño hijo. Las enseñanzas recibidas por su abuelo, hombre sabio y respetado, dieron fruto dentro de los mesetenses cansados de huirle a la muerte y a la guerra en sus pueblos natales.
Así como era abnegado en su trabajo social, también tenía una profunda conexión con la tierra y el agua, que constituían sus fuentes de identidad y sustento. Este hombre, capaz de adaptarse a los cambios de tiempo y de luna, extendía su red y su anzuelo para disfrutar del aroma del bocachico, sardina, bagre y choja, entre otras variedades de peces que los ríos parían. Además, con los cambios de clima y sol, Julio sacaba el azadón, la pala y el machete para cultivar y cosechar maíz, yuca, plátano, cacao y café, entre otras riquezas de estas tierras fértiles, para la agricultura y la ganadería.
En esos días laboriosos y de encuentros casuales, Julio llegó a la casa de su tío Joselyn Patiño, ubicada en la vereda San Antonio de Mesetas, donde conoció a una joven esbelta, de piel morena, sonrisa cálida y ojos brillantes. Con su carácter sencillo y porte naturalmente elegante, Julio quedó profundamente enamorado de ella. Esta hermosa historia de amor genuino los unió como compañeros, esposos y padres de cuatro hijos: Bladimir, el mayor; Diana Carolina, Elizabeth y Yennifer. Retoños que al pasar de los años quedaron separados del seno familiar, a causa de la desaparición forzada de su padre, pues, los mayores de tan solo 9 y 7 años, fueron acogidos en Bogotá por las tías Noris y Silvia. Elizabeth y Jenny de 4 y 2 años respectivamente, se quedaron con su madre, Margarita López Yusti, en el fundo, con traumas emocionales profundos que aún perduran.
Eso sin contar otra de las tragedias que vivió esta joven e intrépida pareja: la pérdida de su primer hijo, donde la distancia y el tiempo parecían detenerse en un dolor inminente. La grave enfermedad de su heredero llegó como un golpe inesperado que nunca lograron superar, ya que no contaban con un centro médico adecuado, vías de acceso ni transporte continuo. En esas lejanas tierras, solo cada 15 días entraba un pequeño camión llamado Reo, de indomable resistencia para esos terrenos implacables, que parecía tener alma propia, con su carrocería desgastada y su robusto motor.
4.4 Rencuentro de historias y rostros
Siendo las nueve de la mañana en Villavicencio, con un ambiente fresco y cielo encapotado, el 18 de mayo del 2024 el día cobró un matiz especial. El Colegio Departamental Francisco Arango, que nos recibió de puertas abiertas para socializar el proyecto “Historias de vida”, se llenó de diferentes emociones; los hermanos, las tías, las hijas y los amigos de las víctimas manifestaron sentimientos de dolor, esperanza y alegría al reencontrarse, pues hacía muchos años que no veían sus rostros y mucho menos se abrazaban tras sus dolorosos infortunios individuales. Fue un destello de regocijo y catarsis porque ese mágico día les permitió hermanarse en un solo tejido de memoria colectiva.
En este encuentro de emociones y afectos, conocí a Elizabeth Serrano, una de las hijas menores de Julio. Era una joven de piel morena, con una mirada profunda y serena, con muchos rasgos faciales que recordaban a su padre. Me acerqué a su mesa con timidez, consciente del dolor que su historia implicaba. Ella, muy diplomática y amable, me sonrió levemente y me presentó a su hija menor, quien susurró su nombre: “Soy Estefani Paola Santero Serrano”. Le agradecí y le dije: “El mío es Armando Navarro; qué orgullo ser nieta de Julio Serrano”. “¡Siii señor! Pero no soy la única; somos siete”, respondió sonriente.
Elizabeth baja la cabeza lentamente para tomar un sorbo de agua que había solicitado unos segundos antes y prosigue: “Estaba muy pequeña, tenía entre tres y cuatro años, así que mis recuerdos de mi padre son vagos. Pero los vecinos, familiares y amigos, entre nostalgia y admiración, me han contado sobre su incansable activismo libertario”. (CNMH, DCMH, Elizabeth serrano, Villavicencio, mayo 18, 2024).
Tranquila, le manifesté tocándole el hombro tenuemente. “Elizabeth, cuéntame algo de ti”, le dije. Nací y crecí en la región de Mesetas. Tuve una niñez muy difícil a raíz de la desaparición forzada de mi padre, quedando huérfana a los cuatro años”. “¿Cómo pueden arrancarnos de nuestro hogar a un padre que solo nos daba amor y paz, tanto a nosotras como a la región?”. “Seguimos en una eterna espera”, añadió con un dejo llanero que me llevó a mis ancestros, “la incertidumbre es la peor tortura que le pueden hacer a un ser humano”. “Sí, Elizabeth, tienes toda la razón”, le respondí.
Por eso, la jurisprudencia internacional de derechos humanos considera que la angustia y el sufrimiento causados a los familiares y a la sociedad en general por la desaparición de un ser querido, así como la continua incertidumbre sobre su suerte y paradero, constituyen una forma de tortura o de tratos crueles e inhumanos. “Todo acto de desaparición forzada sustrae a la víctima de la protección de la ley y le causa graves sufrimientos, lo mismo que a su familia.” (Declaración de Naciones Unidas sobre la Protección de Todas las Personas contra las Desapariciones Forzadas artículo 1.2).
Elizabeth, emocionada por su reflexión, prosigue de manera directa y sin adornos:
Soy madre y cabeza de hogar de dos hijas, Sharith Dayana Santero Serrano y la niña que te presenté. Trabajo como empleada, vivo en La Julia (Meta) y tengo 35 años (..). Mi padre era amoroso con nosotras, especialmente con las niñas, a quienes trataba con delicadeza.
Normalmente, mi hermana mayor, Diana Carolina, que era una de las más grandes junto a Bladimir, se lanzaba a sus brazos cuando él llegaba a casa. Le llevaba las chancletas y se subía en sus rodillas para contarle las travesuras del día. Sus caricias y risas eran un manto de ternura maravilloso, donde el cansancio y las preocupaciones por la persecución que sufría mi papá se desvanecían, al menos por unos instantes.
Recuerdo con especial cariño los domingos, que se transformaban en toda una celebración gracias al aroma irresistible del pollo asado que nos traía mi papá (…) también tengo muy presente cómo, al llegar a casa, se acomodaba en una vieja butaca y ponía música de Los Bukis y de Joan Sebastián, sus artistas predilectos para descansar.(CNMH, DCMH, Elizabeth Serrano, Villavicencio, mayo 18, 2024).
Elizabeth, con sus ojos reflejando una mezcla de orgullo y tristeza exclamaba con voz firme:
Él no era uno de esos hombres sentados esperando que la mujer les sirviera, se adentraba en la cocina al frente del fogón de leña para prepararnos el arroz blanco con su característico toque de salsina, dándole un color amarillo y de sensación crocante; también nos hacía huevitos revueltos, el plátano frito crujiente y, por supuesto, el aguapanela tradicional de la casa (…). Cuando salía a Villavicencio o a Bogotá, siempre nos llevaba moritas que traen unas pepitas por fuera, vienen negras y rojitas. Nunca lo voy a olvidar.
Conmovida, suspira y sigue con la gestión de su padre como alcalde:
Han pasado 31 años desde su dolorosa ausencia, y destacar sus logros no es solo un ejercicio de nostalgia, sino un acto de reconocimiento y respeto. Mantener viva su memoria es visibilizar sus obras como alcalde, donde dejó huellas indelebles en el corazón de Mesetas. Por ejemplo: es un motivo de felicidad disfrutar de la pavimentación de las cuadras del parque, que antes eran un barrial; también de los dos puestos de salud, que, si no estoy mal, están ubicados en la inspección El Mirador y en Jardín de las Peñas. Además, logró construir la plaza de mercado y un comedor escolar en el internado del Jardín de Peñas.
En el corazón del parque, ubicado frente a la Alcaldía, se alza un imponente símbolo de la carrera política de mi papá: es el majestuoso árbol de Araucaria, que él decidió sembrar no solo por sus robustas ramas y serenidad del verde, sino para que se convirtiera en el guardián de la memoria pública y de sus gestas sociales (…) además, los árboles de pomarrosas, con sus hojas brillantes y su fragancia sutil, se han convertido en un testimonio de su legado. No puedo evitar pensar, anota Elizabeth: estos los sembró mi viejo (…) en cada árbol se siente un eco de amor y esfuerzo por su gente.
He escuchado sobre la construcción de desagües y obras en los caminos veredales (…) asimismo, se adelantó la construcción del Coso Municipal, como del matadero, se remodeló la plaza de mercado y se adquirieron postes para las redes eléctricas, una de las carencias más graves que sufrimos (…). Fueron muchos los proyectos ejecutados con y para la comunidad. (CNMH, DCMH, Elizabeth Serrano, Villavicencio, mayo 18, 2024).
Puntualiza, orgullosa. “¡Fue un gran alcalde!”.
Dentro de los recuerdos profundos, cargados de lágrimas y emociones indescriptibles sobre la vida y la obra social de Julio, emerge la voz de Yennifer, su hija menor. Con el corazón en la mano, sus palabras resuenan con ecos de amor y admiración:
“Mi padre fue una persona como pocas en este mundo. Fue un hombre honesto, responsable y justo, virtudes poco comunes en una Colombia marcada por la desigualdad. Me siento muy orgullosa de ser su hija. A pesar de las dificultades que he enfrentado en mi vida, me honra haber sido engendrada por él”.
“La vida me debe muchos momentos que no pudimos compartir; no se pudo, debido a una absurda guerra. Lo amaré por siempre, y él es mi gran inspiración para ser cada día mejor”, añade, mientras su voz hace una pausa y se pierde en el horizonte. “Llevo con orgullo el ser la única que tuvo nietos varones. En homenaje a mi padre, el más pequeño de los gemelos, el carimenudito, lleva su nombre: Julio Alejandro García Serrano. Mis otros tres hijos se llaman Yeismar Alexis Quintero Serrano, Michell Yuliana Serrano López y Jairo Alonso Serrano López.”. (CNMH, DCMH, Yennifer Serrano, Villavicencio, mayo 18, 2024).
Yennifer, concluye: “Escribí sobre nuestra historia, en la que narro cómo sobrevivimos a la violencia, la persecución que sufrió mamá y las dificultades que enfrentamos al perder a nuestro padre”. Con su relato y vivencia, la hija menor encarna a miles de mujeres que transmiten esperanza y tenacidad, y, al igual que Julio, se convierte en un ejemplo de amor y lucha frente a la adversidad.
4.5 Inolvidable, fue todo un acontecimiento
El surgimiento de la Unión Patriótica (UP) en todas las regiones de Colombia marcó un hito significativo en la historia del país, especialmente en los territorios del Ariari en El Meta, donde encontró un terreno fértil entre los campesinos, que Julio supo organizar a través de su formación y del liderazgo que ejerció a través de las responsabilidades que asumió. Secretario político del Comité de Zona del partido comunista (PCC) en Mesetas, miembro del Comité Regional del PCC en el departamento del Meta, funciones que lo cualificaron políticamente para sus posteriores cargos públicos.
Desde muy joven, Julio Serrano, militó en el Partido Comunista con la firme convicción de cambiar la desigualdad y la injusticia que enfrentaban las y los campesinos en su territorio y el país. Bajo las banderas de la Unión Patriótica (UP), el 13 de marzo de 1988, Julio ganó la Alcaldía de Mesetas con una abrumadora votación. La UP, es un movimiento político de izquierda que fue sistemáticamente exterminado entre 1984 y 2016, con el asesinato y la desaparición de 5,733 líderes y lideresas desarmados que solo buscaban trabajo, justicia y libertad. Este genocidio se perpetró contra un partido alternativo de raíces populares, integrado por obreros, artistas, campesinos, intelectuales, estudiantes, indígenas, afrocolombianos, miembros de organizaciones sociales y sindicales, así como por personas pertenecientes a partidos tradicionales de toda Colombia.
4.6 Día de la posesión
“Ese momento lo tengo vivo, ¡uy! no, fue fenomenal”, exclamaba Bladimir, con entusiasmo. “Ese día, los pobladores se transformaron en bullicio total; el colorido de las banderas se contoneaba de júbilo al ver que uno de sus colonos iba a gobernar su territorio.” (Relato de Bladimir Serrano, 40 años, Bogotá, 2024, octubre 20). Un diluvio poco común sirvió de pasarela para las familias que salieron con sus mejores trajes para recibir dicho acontecimiento.
“El 1 de junio de 1988 en medio de la multitud, mi padre caminaba con pundonor propio de quien asumía el cargo de alcalde (…) a su lado, iba mi madre, cargando en su vientre a mi hermana Elizabeth. A su otro costado hacíamos parte de esta vibrante celebración: Carolina y mi persona”. Bladimir en su orgullo de hijo no escatimaba adjetivos para describir ese maravilloso acontecimiento. Añadió:
La posesión no se limitaba a invitados locales; también llegaron de Bogotá, mi abuelita y mi tía Silvia, quienes vivieron una odisea en el barro el frío y la oscuridad. Fue una travesía que las marcó para siempre, pues tuvieron que caminar un largo trecho, especialmente mi tía, que incluso perdió sus zapatos. Lo más triste es que mi papá, inmerso en ese momento histórico con sus compañeros, no se enteró de las dificultades que ellas enfrentaron.
La arrolladora votación de mi padre fue impresionante, el apoyo se sentía en cada rincón del pueblo. Fue el primer alcalde elegido por voto popular digno de una comunidad luchadora por sus sueños. Las personas que asistieron a la posesión me comentaron después, que su discurso fue contundente y emotivo, generando entusiasmo y esperanza en los presentes.
Ese día marcó realmente un antes y un después, no solo en nuestras vidas, sino en la colectividad y el territorio en general. Es triste que las nuevas generaciones desconozcan la verdadera historia de sus líderes y lideresas, quienes han sido olvidados bajo la sombra de la violencia, la represión y el silencio institucional.
Es urgente que la población conozca y conmemore los logros de estos mártires cuando fueron servidores públicos y lideres comunales (…) es el mejor homenaje que les podemos rendir a nuestros héroes y heroínas de la región. (CNMH, DCMH, Bladimir Serrano, Bogotá, junio 20, 2024).
4.7 De la celebración al calvario anunciado
«Después de la ferviente posesión de nuestro hermano, el asedio y la persecución no tardaron en llegar,» relataban las tías Noris y Silvia con angustia, mientras el aroma del chocolate caliente se mezclaba con el de las almojábanas recién horneadas que disfrutábamos con apetito. “Nosotras vivíamos en Bogotá con los nervios de punta. Cada vez que teníamos la oportunidad de hablar con él, le decíamos: ‘Véngase un tiempo para acá; lo quieren asesinar’. Pero él, siempre tan temperamental, respondía: ‘No les voy a dar gusto; lucharé hasta el final’”.
«Si mi memoria no me falla,» enfatizó Noris, invitando a su hermana Silvia a ayudarle a recordar:
El 17 de diciembre de 1992, un retén del Batallón 21 Vargas de Granada detuvo a los pasajeros del bus que venía de Granada a Mesetas, en el que viajaba Julio. El mismo ejército le decomisó su arma oficial, debidamente registrada y asignada por el alcalde de Mesetas para su protección (…) la situación de orden público para los militantes de la UP en ese momento era muy compleja y justificaba la necesidad de protección. Varios líderes regionales y nacionales habían sido asesinados, torturados y desaparecidos; esto era de conocimiento público. Por eso, Julio debía contar con protección especial por parte del Estado, pero no sucedió así, al punto de quitarle su única herramienta de defensa, relata Noris con un dejo de desesperanza.
Estos eran campanazos muy graves; nuestro hermano, como servidor público estaba siendo desamparado por negligencia del Estado, irónico, ¿verdad? pero eso no terminaba ahí (…) en las calles del pueblo se veían hombres rondando muy sospechosos por el vecindario, lo que generaba incertidumbre, intimidación y pánico entre los vecinos, al punto que, a las cinco de la tarde, todos se encerraban herméticamente en sus casas con sus familias. Ustedes pueden imaginarse el resto. (CNMH, DCMH, Noris Serrano, Bogotá, octubre 20, 2024).
Julio, en el ejercicio de sus funciones como concejal, alcalde, inspector de policía y tesorero, en las distintas administraciones del municipio de Mesetas, ya había presentado varias denuncias ante las autoridades. En ellas manifestaba el hostigamiento constante de personas a quienes conocía y, en ocasiones, había enfrentado para defender sus derechos.
“Ese 16 de abril de 1993 amaneció como un día gris para nosotras,» continuó la tía Noris, “como si nos estuviera avisando el desastre que se avecinaba, sin imaginar la magnitud de la tormenta implacable que nos despertaría”. Julio, en una de sus rutinas de trabajo, se desplazaba en un vehículo del municipio de Mesetas. Junto a él, en el asiento del conductor, iba el señor Jaime Marín, también funcionario de la alcaldía. Ambos viajaban por la vía que de Villavicencio conecta con Mesetas, cuando la rutina se transformó en pesadilla.
De repente y de forma abrupta, un vehículo tipo campero, de color blanco y placas de Bogotá, los interceptó en el sitio La Vuelta del Cheque entre Granada y San Martín, la súbita irrupción generó una ola de confusión y peligro, obligándolos a salir del carro en busca de refugio, entre la espesa vegetación que bordeaba la carretera (…) el caos se desató en cuestión de segundos, y en medio de la confusión, el chofer fue herido en una pierna por un proyectil. El relato de lo ocurrido se volvió difuso y desconcertante.
Según versión del conductor, Jaime Marín, quien solo pudo escuchar unos disparos y, en un estado de desesperación, decidió salir a la carretera en busca de una flota vía Villavicencio (…) al pasar por el lugar del atentado, una hora más tarde, la escena encontrada era desoladora. Julio y el campero se habían esfumado sin dejar rastro, como si se los hubiera tragado la tierra (Relato de Noris Serrano, sobre la versión contada en la clínica La Grama en Villavicencio por el conductor convaleciente Jaime Marín, a la mamá y a un hermano de Julio). (CNMH, DCMH, Noris Serrano, Bogotá, octubre 20, 2024).
Tres días después de aquel aterrador episodio, sus parientes emprendieron una búsqueda desesperada. Armados con la esperanza de encontrar alguna pista que esclareciera su paradero, se dirigieron al lugar de los hechos en La Vuelta del Cheque. El escenario era desolador: manchas de sangre revelaban angustia y violencia, entremezcladas con algunos objetos personales de Julio, como su peinilla y su bolígrafo, esparcidos en el suelo como fragmentos de una vida abruptamente interrumpida.
Después de más de dos horas de conversa, el tiempo se desdibujaba entre la cálida penumbra de la sala y los recuerdos nostálgicos que nos arrugaban el corazón. Les pregunté cuidadosamente a las tías: ¿Tengo entendido que ustedes interpusieron demandas? «Sí,» respondió Noris.
El 5 de abril de 1995, mi hermano Ismael Serrano Patiño y yo presentamos una demanda civil de presunción de muerte por desaparición ante el juez promiscuo de familia de Granada, Meta. Sin embargo, el 11 de abril de 2003, fue archivada por inactividad.
Posteriormente, el 6 de abril de 1997, presentamos una acción judicial ante el Contencioso Administrativo de Villavicencio contra el Ministerio de Defensa del Ejército Nacional por la desaparición de Julio. El 27 de abril de 1999, el tribunal se pronunció en primera instancia, negando las pretensiones de la demanda al considerar que el Estado no incurrió en ninguna falta.
Ante esta nefasta noticia, nosotros apelamos, y el Consejo de Estado, que es el encargado de la segunda instancia, revocó la sentencia del tribunal, manifestando que sí hubo una falla por parte del Estado al decomisarle el arma con salvoconducto, desprotegiéndolo de su única herramienta de defensa que el mismo Estado le había concedido. La omisión estatal, al no proporcionar seguridad a quienes estaban claramente amenazados, se presentó como una falta grave que exacerbó la tragedia. (CNMH, DCMH, Noris y Silvia Serrano, Bogotá, octubre 20, 2024).
En el juicio, los familiares no solo buscaban justicia para Julio, sino también una revisión profunda de la omisión que permitió que la violencia sistemática se llevara tantas vidas por pensar diferente.
Si Julio Serrano pudiera reflexionar sobre su desaparición forzada desde algún rincón distante, lo haría con una mezcla de tristeza y rabia contenida. Sería un crítico implacable de la persistente falta de justicia, la apatía estatal, la impunidad y la indiferencia social frente a los daños morales, psicológicos, emocionales, socioculturales, materiales, económicos y políticos infligidos a los movimientos sociales y a las organizaciones de izquierda. Seguiría siendo ese hombre valiente y solidario, comprometido con la paz y la justicia social, incluso si ello significara convertirse, una vez más, en un objetivo militar.
A lo largo de los años, su nombre se ha convertido en un símbolo de re-existencia frente al inhumano intento de silenciarlo. Sus causas seguirán inspirando a las nuevas generaciones, convirtiéndose en estandarte en la lucha por la verdad y la reparación. La memoria de su sacrificio ha trazado un camino para aquellos que continúan buscando justicia en un país aún marcado por la sombra de la violencia y la impunidad. A pesar del sufrimiento, su legado perdura como un faro que guía a la sociedad hacia un horizonte donde el respeto por la dignidad y los derechos de todos y todas sea una realidad celebrada.
Aunque la desaparición forzada ha sido una forma sistemática de violencia contra los partidos y movimientos de izquierda, la práctica del sufrimiento prolongado como instrumento de terror y miedo no ha logrado paralizar ni silenciar por completo a la población ni a sus familias. La vehemencia por dignificar la memoria de sus seres queridos no tiene precio, tiempo ni límites; sus acciones tenaces han logrado traer luz y verdad a muchos territorios. Las semblanzas de vida registradas en este libro son una muestra de que nunca debemos olvidar, pues asumir la responsabilidad por el otro nos hace más sensibles y humanos.
Concluimos esta historia de vida con el compromiso indeleble de seguir honrando la memoria de todas y todos los desaparecidos de este país y de América Latina.

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